Reseña de la Novela “La Bestia” por Jaime Barrios

 Reseña de la Novela “La Bestia” por Jaime Barrios


Cuando escuché la historia sobre esta novela, no tanto por la temática sino por su creación quedé maravillado, muchos comentarios publicados dicen de su autora: “De manera magistral, Carmen Mola teje, con los hilos del mejor thriller, una novela frenética e implacable de infierno y oscuridad”. 


Pero en realidad es que está obra ganadora del premio planeta 2021, es una creación del seudónimo “Carmen Mola”. Carmen Mola nació en la primavera de 2017, cuando los autores Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero decidieron unirse en una aventura de creación colectiva que concluyó en la novela, La novia gitana, luego La red púrpura y La nena. Ademas, los tres autores han seguido con sus proyectos personales, tanto novelas como guiones.


Jorge Díaz y Agustín Martínez son creadores de series televisivas, y autores de novelas.


Antonio Mercero ha llevado en paralelo la escritura de guiones de cine y televisión con la publicación de novelas.


La novela está ambientada en el año 1834 en Madrid, ciudad con murallas y puertas que excluyen a los más pobres, en medio de una terrible epidemia de cólera, en los arrabales aparecen cadáveres desmembrados de niñas que nadie reclama. Todos los rumores apuntan a la Bestia, un ser a quien nadie ha visto pero al que todos temen.


La protagonista la joven Lucia sufre una extraña persecución que termina con la desaparición de su hermana la pequeña Clara. Varios personajes se entrelazan, tenemos a Donoso, un policía tuerto, y Diego, un periodista intrépido, un Fraile que parece ser un espía, todos inician una frenética búsqueda con consecuencias imprevisibles, rodeados de un ambiente de despotismo, violencia y sociedades secretas con ritos extraños. Toda esta trama es manejada como un espectacular “thriller”, al leerlo se siente como en medio de un gran “film” de suspenso, hace despertar emociones.


Dejo unos extractos de la novela.. de la que también se puede aprender.


“Madrid, 23 de junio de 1834 Bajo el aguacero, que ha transformado el suelo arcilloso en un fangal, un perro famélico juega con la cabeza de una niña. La lluvia cae inclemente sobre las casucas, las barracas y los tejares miserables que parecen a punto de derrumbarse con cada ráfaga de viento. El Cerrillo del Rastro, no lejos del Matadero de Madrid, se inunda siempre que llueve”.


“Nombre —pregunta el boticario una vez que cierra la puerta. —Tomás Aguirre, aunque me hago llamar fray Braulio. Llegué hace cinco días, me mandaron del frente para investigar la muerte del teólogo Ignacio García. —Al parecer murió víctima del cólera. —Era un agente carlista, uno de los mejores. Estaba preparando una relación de nombres de enemigos de la causa. Gente ilustre, muy importante”.


“Hace unos días vino alguien interesado en saber si el teólogo había dejado aquí un anillo. —¿Un anillo con dos aspas cruzadas? —Exacto. ¿Ha oído hablar de él? —Esta misma mañana. ¿Puedo saber quién es ese agente? —No estoy autorizado a revelar nombres. La discreción es esencial si nos queremos mantener con vida. No hay mejor defensa contra las torturas de la policía que la ignorancia. —Lo comprendo. ¿Le dijo algo más o sólo vino buscando el anillo? —Me dijo que el padre Ignacio había perdido la cabeza. Que se infiltró en una sociedad secreta para medrar entre los anticarlistas”


“Hasta hace menos de cien años, en una botica podía encontrarse todo tipo de preparados, tanto para curar la salud como para eliminar el mal de ojo. Nada quedaba fuera. Los medicamentos eran más cuestión de fe que de eficacia. En los últimos años del siglo XVIII la situación empezó a cambiar y, aunque todavía hay una lucha entre los farmacéuticos, formados en universidades, y sus antecesores, los boticarios, que han aprendido muchas veces el oficio como simples mancebos, las farmacias ya son lugares en los que se puede confiar. Atrás han quedado las fórmulas más mágicas que científicas, y en los centenares de botes de cerámica en los que se guarda lo necesario para los preparados no hay ya ala de mosca triturada, polvos de excremento de gallina, ojos de murciélago ni otras cosas”


“Tanto ha cambiado el valor de ser farmacéutico que ahora se ven tan respetados y necesarios como el cirujano, y hay pueblos que pagan una asignación sólo para que uno de ellos tenga residencia fija en la localidad. De hecho, hay quien piensa, como recomendaba Moratín a una amiga, que es buena idea conseguir un marido boticario para tener a mano los julepes, las tinturas, las decocciones, las cataplasmas y todos los extractos que pudiera necesitar”.


“La botica de Teodomiro Garcés, en el inicio de la calle de Toledo, a tiro de piedra de la plaza Mayor, es una de las mejores de Madrid. Allí entra fray Braulio y aguarda su turno con calma, repartiendo el peso del cuerpo entre una y otra pierna. Se siente cansado y ha notado pinchazos molestos en la cadera al salir del convento. Secuelas de la cuchillada que encajó en el ataque”


“duquesa de Altollano ha elegido esa mañana para convertir su aventura romántica en una historia oficial. A su lado, Diego viaja cohibido, pero feliz porque Ana se muestre sin reparos en su compañía, alimentando más si cabe la fantasía de un porvenir a su lado”


“De vuelta en el laboratorio, el doctor explica lo que se dispone a hacer. —Se llama «ensayo de Marsh» y lo inventó un químico inglés hace sólo dos años para declarar en un juicio en el que se acusaba a un hombre de haber envenenado a su abuelo. Tengo una mala noticia: salió mal, pero no nos pongamos en lo peor. A veces las cosas funcionan por casualidad. Lucía y Tomás Aguirre se limitan a ver al médico trabajar en silencio en sus matraces y a alcanzarle un libro de la estantería cuando necesita consultarlo. Vierte en una pileta una solución que ha creado previamente. Allí sumerge el pelo del muerto. —La prueba consiste en mezclar la muestra que hay que analizar, es decir, los pelos arrancados de la cabeza del muerto, con sulfuro de hidrógeno y ácido clorhídrico y ver si se pone de color amarillo”.


“ha dicho que había tres infiltrados. ¿Quién es el tercero? —No lo sé. Pero parece evidente que debe de ser el traidor. —¿El traidor? —Alguien ha tenido que delatar a los dos agentes asesinados. Y sólo puede haber sido el tercer carlista infiltrado en la sociedad. —¿Un agente doble? —Eso me temo.”



“El paseo del Prado es la calle señorial de Madrid, el lugar perfecto para el cortejo y para la ostentación de la elegancia, una zona de edificios palaciegos, fuentes ornamentadas, arboleda, jardines y estatuas en la que han trabajado los mejores arquitectos y artistas de la villa desde tiempos de Carlos III. “


“Ninguna es consciente de que los ungüentos y los baños por los que han pasado forman parte de una antigua creencia para precipitar el menstruo. No hace falta. Fátima será la primera en decir en voz alta por qué pasan tanto tiempo allí encerradas, qué quería de ellas el gigante y, ahora, esos encapuchados”.


“Diego al barrio de las Trinitarias le convence más de que Asencio de las Heras es el hombre que busca. Apostado en la calle, bajo el toldo de un despacho de encurtidos, donde en tiempos estuvo el Mentidero de Representantes, el lugar donde su reunían los grandes dramaturgos del Siglo de Oro, vigila la calle del León esquina con la de Cantarranas, la dirección que le ha dado esa tarde la señora de Villafranca”. 


“Le sigue hasta el paseo de Recoletos y después sube por la calle de Alcalá, deja a la izquierda el Real Pósito y a la derecha el parque del Retiro. Justo antes de llegar a la Puerta de Alcalá, se detiene y mira a su alrededor. Medio oculto por una huerta rodeada de árboles frutales, hay un palacio que se diría abandonado”. 


“Los masones de la Logia de Oriente se reunían en la Casa de la Compañía de Filipinas, en la calle de Carretas, cuyo patio es la sede de la Bolsa de Madrid. Cualquier lugar que no llame la atención es bueno, y ese palacio detenido en el tiempo, de paredes enmohecidas, parece perfecto”.


“Los capuchones son como cuevas para que el rostro se oculte. Las posturas cabizbajas, sumisas, y las sombras impiden atisbar dentro de esa negrura. “


“El Real Museo de Pinturas y Esculturas, situado en el paseo del Prado, fue creado a finales del siglo XVIII por Carlos III como Gabinete de Ciencias Naturales. Durante la ocupación francesa fue prácticamente destruido y utilizado como cuartel de caballería —llegaron a fundir las placas de plomo de su techumbre para fabricar proyectiles—, pero durante el reinado de Fernando VII, gracias a la intervención de su segunda esposa, María Isabel de Braganza, se restauró y se dedicó a exponer las colecciones de pintura que, hasta ese momento, estaban dispersas por los Reales Sitios.”


“quedó fascinado con una de las obras, El triunfo de la muerte, de Bruegel el Viejo, con ese ejército de esqueletos arrasando una tierra árida y el horizonte prendido de fuego. Faltan cinco minutos para la hora del ángelus cuando vuelve a encontrarse delante del cuadro, una tabla de poco más de un metro de alto por algo más de un metro y medio de ancho. Siente hoy lo mismo que la primera vez que lo vio: la destrucción, el humo, los incendios, los naufragios, los muertos, los esqueletos armados, los ataúdes... El terror. Lo que él ha vivido tantas veces al entrar en batalla”.


“situarse frente a una obra de Andrea Mantegna, El tránsito de la Virgen, donde una anciana Madre de Dios exhala su último aliento rodeada por los apóstoles”.


“Madrid siempre renace. Sus habitantes encuentran la manera de sobreponerse, de volver a reír, a bailar y dar cuenta de unos vinos y unos trozos de queso en las tabernas”. 


“siguen celebrando entierros en los pequeños cementerios situados a la espalda de alguna iglesia, como la de San Sebastián o la de la Buena Dicha, a pesar de que, en 1809, el rey José Bonaparte dictó las normas para sacar los cementerios de la ciudad y así evitar que los incendios u otras catástrofes naturales dejaran los cadáveres expuestos al aire; un incendio en la iglesia de Santa Cruz en 1773 repartió por la ciudad el nauseabundo olor de los restos humanos allí enterrados”.


“es el Cementerio del Norte, próximo a la Puerta de Fuencarral, también llamada Puerta de Bilbao. La importancia de una ciudad podría medirse por la cantidad de muertos que alberga. En Madrid hace mucho tiempo que superaron a los vivos y amenazan con ocupar más suelo que estos, de ahí que Juan de Villanueva, arquitecto del Cementerio del Norte, se inspirara en el parisino de Père Lachaise y creara patios para los nichos en paredes a varios niveles”.


“mero sonido de esa palabra, alquimia, espantaba a Ana, pero el resto del círculo escuchó con atención lo que ese encapuchado quería contarles: Johann Conrad Barchusen, un profesor de química de Leiden en el siglo XVIII, recopiló grabados alquímicos de origen desconocido y los mandó publicar..”



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