RESEÑA DE LA NOVELA DESGRACIA IMPEORABLE DEL PREMIO NOBEL PETER HANDKE

RESEÑA DE LA NOVELA DESGRACIA IMPEORABLE DEL PREMIO NOBEL PETER HANDKE

JAIME BARRIOS NASSI
OCTUBRE 21 de 2029


Desde el mismo título el relato es interesante, “Desgracia impeorable” invita a la investigación de las expresiones en aleman, ya que ese es el idioma que el austriaco utiliza, es bien conocido que el alemán es el
Idioma de la poesía y de los significados asombrosos de las palabras («psiquiatra» es Seelenarzt —es decir, «médico del alma»—).

La traducción literal del título de este libro, Wunschloses Unglück, «Desgracia sin deseos», no reproduce lo que Handke ha querido decir (Nota del traductor), es un juego de palabras que el traductor resolvió utilizando la palabra “impeorable” no aprobada aún por la RAE, la traducción en inglés es “ una tristeza más allá de los sueños”. Yo lo traduciría como “jodida anhedonica” o “jodida apática”, explicaría lo que quiere relatar el autor que justifica el suicidio de su madre, y es un estado de trastornos mental donde ella sufre y es incapaz de obtener placer.

Este relato publicado en 1972, escrito pocas semanas después del suicidio de su madre por una sobredosis de narcóticos, el premio Nobel describe la vida de su madre, siempre reflexionando sobre apartes que le dan un tono especial al relato, “construido sobre un recuerdo vivido intensamente, se transforma en un ajuste de cuentas con la realidad, así como en una lúcida reflexión sobre la tarea del escritor”.

El premio Nobel nació en 1942 en Griffen (Austria). Desde sus primeras obras se convirtió en uno de los autores en lengua alemana más conocidos y traducidos, se distancia de las convenciones literarias establecidas y su estilo es “Heile Natur”, o mundo interior, un concepto que él deriva de Goethe, se la considera parte del estilo de la “Neue Subjektivität”, Nueva Subjetividad. En 1966, publicó su primera novela Los abejorros y estrenó tres obras de teatro, entre las que se encontraba Insultos al público, una controvertida obra de teatro en la que cuatro actores discuten con el público. Su primera colección de poemas, El mundo interior del mundo exterior del mundo interior, apareció en 1969. 

Apartes de la Novela:

“la sección de DIVERSOS de la edición dominical del Volkszeitung, de Carintia, venía: «En la noche del viernes al sábado una mujer de 51 años de edad, de A (municipio de G), madre de familia, se suicidó tomando una sobredosis de somníferos». Ya han pasado casi siete semanas desde que murió mi madre y quisiera ponerme a trabajar antes de que la necesidad de escribir sobre ella, que en el entierro fue tan fuerte, se convierta de nuevo en aquel embotamiento, aquel quedarse sin habla con que reaccioné a la noticia de su suicidio”.

“Me contó cómo incluso andando la estrangulaba el terror; por esto solo podía andar muy despacio. Andaba y andaba, hasta que, agotada, tenía que sentarse otra vez. Tenía que levantarse enseguida y seguir andando. Muchas veces se le pasaba el tiempo y no se daba cuenta de que se estaba haciendo de noche. Tenía ceguera nocturna y le costaba encontrar el camino de vuelta. Delante de la casa se quedaba quieta, se sentaba en un banco, no se atrevía a entrar. Luego, cuando al fin entraba, la puerta se abría muy despacio y aparecía la madre, con los ojos muy abiertos, como un espíritu. Pero durante el día, las más de las veces tampoco hacía otra cosa que andar errante de un lado para otro; se equivocaba de puertas y de puntos cardinales. Muchas veces no se podía explicar cómo había llegado a un sitio y cómo había pasado el tiempo. No tenía el más mínimo sentido del tiempo ni del espacio”.

“ A principios de noviembre volvió a escribir. «No soy lo bastante consecuente para pensar las cosas hasta el final, y me duele la cabeza. A veces oigo un zumbido y un silbido tales que no puedo soportar ningún otro ruido». «Hablo conmigo misma porque ya no puedo decir nada a nadie. A veces tengo la sensación de que soy una máquina. Me gustaría ir a alguna parte, pero cuando oscurece me entra miedo de no saber volver a casa”.

“no sabía posar para que le sacaran una fotografía. Aunque arqueaba las cejas y subía las mejillas para sonreír, los ojos, con unas pupilas salidas del centro del iris, miraban con una expresión de incurable tristeza. El simple hecho de existir se convirtió en una tortura. Pero al mismo tiempo tenía horror a la muerte. «Dé paseos por el bosque» (el médico del alma). «¡Pero en el bosque no se ve nada!», decía el médico de los animales[5] del pueblo —que a veces había sido su confidente— de un modo sarcástico.

“Por la noche, la niebla, como un oleaje, pegaba contra los cristales de la ventana. Oía cómo, en intervalos irregulares de tiempo, por la parte de fuera del cristal, una nueva gota empezaba a deslizarse hacia abajo. Bajo la sábana, la esterilla eléctrica estaba encendida toda la noche. Por la mañana, en el hornillo el fuego se estaba apagando continuamente. «Ya no me quiero controlar más». Ya no cerraba los ojos. En su conciencia se produjo la GRAN CAÍDA (Franz Grillparzer). (A partir de ahora tengo que poner atención para que la historia no se cuente demasiado por sí misma). Escribió cartas de despedida a todos sus allegados. No solo sabía lo que hacía, sino que además sabía por qué ya no podía hacer otra cosa. «Tú no lo vas a entender», escribió a su marido. «Pero seguir viviendo resulta impensable”.

“Fue a la capital a ver a un psiquiatra. Delante de él podía hablar, como médico tenía que escucharla, era su médico. Ella misma se extrañó de las muchas cosas que le contaba. Hablando era cuando de verdad empezaba a acordarse. El hecho de que el médico asintiera con la cabeza a todo lo que ella decía, viera inmediatamente en las características de su estado los síntomas de una enfermedad y, con una denominación genérica —«crisis nerviosa»—, la metiera dentro de un sistema la tranquilizó. Aquel hombre sabía lo que tenía; por lo menos podía darles nombre a sus estados”.

“A mí me mandó una carta certificada con la copia del testamento hecha con papel de calco, además urgente. «He empezado a escribir unas cuantas veces, pero no encontraba ningún consuelo, ninguna ayuda». En todas las cartas no solo venía la fecha, como antes, sino además el día de la semana: «Jueves, 18-XI-71”.

“Nevaba tanto que uno no se acostumbraba a ello y miraba una y otra vez al cielo para ver si amainaba. Las velas se iban apagando unas tras otras y la gente ya no las volvía a encender. Se me ocurrió cuántas veces uno ha leído que alguien, en un entierro, pilla la enfermedad”.

“No es verdad que escribir me haya servido para algo. Durante las semanas en las que estuve trabajando en la historia, esta no dejaba de preocuparme. Escribir no fue, como creía aún al principio, una forma de recordar una etapa ya concluida de mi vida, sino únicamente un continuo trasiego de recuerdos en forma de frases que lo único que hacían era afirmar unas distancias que yo había tomado”

“En la oscuridad el aire está tan quieto que me parece que todas las cosas han salido de su estado de equilibrio y han sido arrancadas de su sitio. Habiendo perdido el centro de gravedad, lo único que hacen es vagar un poco de un lado para otro, sin hacer ruido, y están a punto de precipitarse de todas partes y asfixiarme. En estas tormentas de miedo queda uno magnetizado, como un animal en putrefacción, y, de un modo distinto a como ocurre en los estados de bienestar y placidez desinteresada en los que todos los sentimientos juegan de un modo libre unos con otros, de una forma tiránica le acomete a uno el horror neutro, objetivo”.

“Pero a veces, trabajando en esta historia, me he hartado de tanta franqueza y de tanta honradez y he deseado ardientemente escribir algo en lo que pudiera mentir un poco y en lo que pudiera disfrazarme”.

“En verano estuve una vez en la habitación de mi abuelo y miraba por la ventana. No había gran cosa que ver: un camino, atravesando el pueblo, subía hacia un edificio («Schönbrunn») pintado de amarillo, un antiguo restaurante, y allí daba la vuelta. Era un DOMINGO POR LA TARDE y el camino estaba DESIERTO. De repente tuve un sentimiento de amargura pensando en el que vivía en aquella habitación y en que pronto iba a morir. Pero este sentimiento se suavizó con la idea de que su muerte sería una muerte completamente natural. El horror es algo que pertenece a las leyes de la Naturaleza: el horror vacui de la conciencia. La representación se está formando en estos momentos y de repente advierte uno que no hay nada que representar. Entonces esta representación se cae como un personaje de dibujos animados que se da cuenta de que lleva ya mucho tiempo andando por los aires. Más adelante escribiré algo más preciso sobre todo esto. Escrito en enero-febrero de 1972”.

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