SEGUNDA PARTE. Reseña de su novela Bufo & Spallanzani

SEGUNDA PARTE. Reseña de su novela Bufo & Spallanzani


La novela Bufo & Spallanzani, que es un relato, donde el narrador y protagonista son el escritor Gabriel Flavio ( alusión a Gustave Flaubert) y el detective Guedes, demuestran dotes autobiográficos y un conocimiento increíble de la cultura literaria y artística , historia de asesinos y detectives al estilo Sherlock Holmes y Agatha Christie. La lectura de esta novela y sus giros son totalmente asombrosos y por eso el tiempo
Invertido en descubrir el camino de Flavio por Río es memorable. además da lecciones de escritura para los que nos gusta escribir, Jajaja.

En mi pesadilla, aparece Tolstói vestido de negro, con sus largas barbas descuidadas, diciendo en ruso: “Para escribir Guerra y paz hice este gesto doscientas mil veces”; y tiende la mano, descarnada y blanca como la cera de una vela, que no sale entera de la ancha manga del levitón, y hace el movimiento de mojar una pluma en un tintero. Ante mí, sobre una mesa, hay un tintero de metal brillante, una pluma grande, probablemente de ganso y una resma de hojas de papel. “Anda —dice Tolstói—, ahora te toca a ti”. Me atraviesa una sensación desgarradora, la certeza de que no conseguiré extender la mano centenares de miles de veces para mojar, se apodera de mí la convicción de que moriré antes de realizar ese esfuerzo sobrehumano. Despierto”.

“no consigo escribir a mano, como deberían escribir todos los escritores, según el idiota de Nabokov”.

“Me preguntabas cómo puedo ser tan pródigo, malgastando tanto tiempo con las mujeres. Mira, nunca entendí a Flaubert cuando decía: “reserve ton priapisme pour le style, foutre ton encrier, calme-toi sur la viande… une once de sperme perdue fatigue plus que trois litres de sang”. No jodo a mi tintero; no obstante, en compensación, no tengo vida social, no descuelgo el teléfono, no respondo a las cartas”

“Tolstói, no me invoques esa calamidad. ¿Sabes lo que dijo el ruso, después de mojar la pluma tantas veces en el tintero?: “La difusión de material impreso es el arma más poderosa de la ignorancia”.

“Te gusta Chagall?”, pregunté en la primera oportunidad. Respondió que sí. “Toda esa gente volando”, dije, y ella respondió que Chagall era un artista que creía sobre todo en el amor”.

“cinco de casada, que es cuando las mujeres empiezan a darse cuenta de que el matrimonio es algo opresivo, morboso incluso, inicuo y agotador; aparte de las carencias sexuales que tienen que sufrir, pues los maridos ya se han cansado de ellas”.
  
“Le dije que yo contemplaba el sexo, en la vida y en la literatura, igual que Moravia, es decir, algo que no debe ser pervertido por la metáfora, aunque sólo sea por el hecho de que no hay nada que se le parezca o le sea análogo”. 

“diferencia por dos personas que se aman y el realizado por dos personas que sólo se desean. Respondí: “Confianza, las personas que se aman saben que pueden confiar el uno en el otro”. Para una mujer casada, que contempla por primera vez la posibilidad de tener una aventura amorosa, no existe frase más excitante y tranquilizadora”.

“Creo que fue entonces cuando decidí, al comprobar la superioridad del orgasmo sobre el dolor, escribir Bufo & Spallanzani. Hasta con el cuerpo embadurnado de picrato, dejando jirones de piel en las sábanas, empecé a encontrarme con ella todos los días, más potente yo que Simenon y Maupassant juntos”.

“Hasta entonces no había tenido un orgasmo en su vida. En las pausas le leía poemas. Le gustaba particularmente uno de Baudelaire que habla de un cunnilingus, “la très-chère était nue, et, connaissant mon coeur”, etc. Siempre le leía el poema cuando acabábamos de echar un polvo, exactamente como hago contigo, amor mío. Ahora, déjame dormir»”.
  
“Yo creo que el médico ha de decir al cliente la verdad, por desagradable que sea”.
  
“Para Delfina, que sabe que la poesía es una ciencia tan exacta como la geometría». —Es una frase de Flaubert. Que estaba equivocado, por fortuna. Él no conocía (apareció después) la Filosofía de la Dubitabilidad (véase Laktos): No existen ciencias exactas, ni siquiera la matemática, libres de ambigüedades, errores, negligencias. El valor de la poesía está en su paradoja; lo que la poesía dice es lo que no se dice”.
  
“Conoce usted la frase de Plauto, «curiosus nemo est quin sit malevolus»? Nadie es curioso sin ser malévolo. Guedes pareció reflexionar sobre lo que le acababa de decir”.
  
“un libro, Los amantes, de Gustavo Flávio, con dedicatoria: «Para Delfina, que sabe que la poesía es una ciencia tan exacta como la geometría, G. F.». La dedicatoria no llevaba fecha, y había sido escrita con un rotulador de tinta negra”.
  
“Antiguamente, a los suicidas les cortaban la mano derecha, eran empalados, los arrastraban por la calle con el rostro contra el suelo, les privaban de honras fúnebres; si eran nobles, los declaraban plebeyos, eran degradados, les rompían el escudo, derrocaban sus castillos. Nada de esto tuvo poder disuasorio. Ni siquiera las amenazas del fuego infernal valían de gran cosa”.
  
“para saber si alguien tenía alguna información sobre el hecho. Lo difícil en estos casos es saber cómo contener a los locuaces y estimular a los lacónicos. Normalmente, los que menos saben son los que más hablan”.
  
“Los pacientes siempre se equivocan cuando hacen autodiagnósticos. Cogí sangre y le mandé que viniera dos días después. Pero se fue de viaje y no apareció hasta al cabo de tres meses. Le mostré el resultado del examen, ese que tiene usted en la mano: presencia de leucoblastos, mieloblastos y linfoblastos, que permitían un solo diagnóstico: tenía leucemia, una enfermedad fulminante, incurable hoy, de tratamiento paliativo extenuante y doloroso”.
  
“Sabe una cosa? He escrito algunas novelas con policías como protagonistas, pero jamás tuve el valor de colocar en boca de ellos esa frase: ¿Cuál fue la última vez?, etcétera”.
  
“Tomó por Figueiredo de Magalhães hacia la avenida de Copacabana. Las tiendas aún estaban cerradas; mendigos, parados, habitantes de los huecos de los portales, estaban levantándose ya y se disponían silenciosamente a salir de los rincones donde dormían antes de que porteros y criados empezaran a lavar con mangueras las aceras. Aquella calle horrenda parecía hasta hermosa, vacía de coches y transeúntes. A Guedes le gustaban las calles vacías. Los domingos, solía ir al centro de la ciudad para andar por las calles desiertas”.
     
“Guedes era un policía honrado, tengo que reconocerlo, y había muchos otros como él, lo que no deja de ser algo extraordinario en un país en el que llega a ser incalculable el número de corruptos en todos los niveles de la administración pública y privada”.
     
“Guedes se quitaba el sudor de la frente y de la cara con el dorso de la mano, como hacen los braceros”.
     
“Stendhal se llamaba Henry Beyle; el nombre verdadero de Mark Twain era Samuel Langhorne Clemens; Molière era el criptónimo de Jean-Baptiste Poquelin. George Eliot no era ni George ni Eliot ni hombre, era una mujer llamada Evans. ¿Sabe cuál era el nombre de Voltaire? François-Marie Arouet. William Sidney Porter se ocultaba bajo el nombre falso de O. Henry. —(Por motivos semejantes a los míos, pero eso ya no se lo dije al inspector)”.
        

“dieciséis años, y si no fuera por ti, Gustavo Flávio no existiría. »Defoe, Swift, Balzac; puedo pasarme un tiempo inmenso hablando de escritores que fracasaron invirtiendo su dinero o especulando de una manera u otra, equivocadamente”.
        
“Sé que la inspiración no existe, que cualquier puta vieja como yo, que llevo escritos veinte libros en poco más de diez años, sabe que nuestro trabajo es de bracero, que exige fuerza física, vigor. Empecé a pensar que me había secado. Hemingway se pegó un tiro por eso en el paladar. Aquel día, después de marcharse”.

 “y las grandes historias de amor vividas por nosotros, los escritores, raramente se escriben. Las historias de amor que pueden ser contadas, son las mediocres»”.
       
“el Journal of Ethnopharmacology, con el artículo de Wade Davis, el libro de Kobayashi y el de Nobre Santos. Me hundí en la lectura de aquellos volúmenes fascinantes. «El sapo —decía Davis— es un laboratorio y una factoría química que contiene, aparte de alucinógenos, poderosos anestésicos no identificados que afectan al corazón y al sistema nervioso». Los descubrimientos de Davis confirmaban los de Kobayashi. El sapo tenía por lo visto una sustancia igual a la tetradoxina encontrada por Kobayashi en el baiacu o sapo de mar. Bajo la acción de esta sustancia, un hombre podía quedar muerto bajo el punto de vista fisiológico, pero conservando ciertas facultades mentales, como la memoria. A ese estado le llamaban zombinismo”. 


 “MOSSB usaba básicamente cinco aparatos inventados por el doctor Pums para hacer estas mediciones. El ETG, electrocardiógrafo, que valoraba los latidos cardíacos y la velocidad de paso de la sangre por el corazón; el EMAD, electromiógrafo de acción doble, que determinaba la actividad eléctrica y la tensión de los músculos; el DG, dermogalvanómetro, para calcular la resistencia de la piel; el EOG, electrosteógrafo, para ponderar la dureza y resistencia de los huesos; y, finalmente, el EPROG, electroprosencefalógrafo, capaz de medir corrientes eléctricas del complejo R (reptiliano), del sistema límbico y del neocórtex. El MOSSB, que era capaz de registrar y analizar, como…”.

 “sabía ya que las mejores mujeres son las que no ondulan las caderas”.

“Yacarés, tortugas, lagartos y culebras, son reptiles, respectivamente del orden de los cocodrilianos, quelonios, saurios. Los saurios engloban los lacartélidos, es decir lagartos y lagartijas, entre otros; y los ofidios, las serpientes. Todos respiran con pulmones desde que nacen, al contrario de los anfibios”.
        
“también lo es el león marino. Los anfibios son de tres órdenes: ápodos, conocidos como cecilias o lombriz de las lagunas, entre otros nombres; los urodelos, conocidos por tritones o salamandras, y los anuros o batracios, conocidos como ranas, sapos y pererecas. Sólo éstos son anfibios, animales que en la primera fase de su vida respiran el oxígeno disuelto en el agua, a través de branquias, y en la edad adulta respiran el aire atmosférico a través de pulmones”.
        
“Éste es un Bufo marinus, más conocido por cururú, que en lengua nheengatu quiere decir sapo grande. Por influjo de Stradelli, y esto, no obstante, es discutible, otros naturalistas, como Spix, d’Abbeville, Rohan von Iehring, adoptaron como nombre vulgar para esa especie de batracio gigante de Brasil el de cururú”.


  En la Historia naturalis brasiliae, que escribió en 1648, Marcgrave hablaba ya del uso del veneno del Bufo marinus por los hechiceros brasileños. Pero eso es prehistoria naturalista. Sobre este asunto, lea a Lamarque Douyon, un investigador de Puerto Príncipe que estudió los zombis haitianos; lea los artículos de Wade Davis, en el Journal of Ethnopharmacology, y su libro La serpiente y el arco iris, lea el libro de E. Nobre Soares, Os bocors, y el del Akira Kobayashi, La datura y sus hechizos zombificantes. Como ve, he investigado algo después de su llamada.

 “Biggs —dijo el maestro— publicó un libro. Recordé una frase de Maugham: it requires intelligence to write a good novel, but not of a very high order. Realmente, bastantes de mis colegas de profesión tienen un nivel intelectual muy bajo, pero no iba a proporcionarle esa munición al maestro. También debe de haber maestros cretinos”.

“Cuántos días se tarda en escribir un libro? —preguntó Carlos, que había estado hasta entonces en silencio. —Depende. Flaubert tardó cinco años en escribir Madame Bovary, y trabajando muchas horas, todos los días, sin perder uno. —¿Ese librajo? —preguntó el maestro. Pensé en contraatacar hablando mal de Mozart, pero sería demasiado ridículo. —Y Dostoievski escribió El jugador en treinta días —dije”.

“prefiero a Turandot —dijo Roma. —¿Porque corta la cabeza a sus pretendientes? —preguntó Orion. —Por eso, y por ser incomprensible para los hombres. Allí estaba yo, rodeado de mujeres, mujeres llenas de fuerza y de misterio, esos atributos irresistibles que ellas tienen, sin poder hacer nada, reprimidos y oprimidos. 



“El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres. Propercio puede haber tenido el pudor de contar ciertas cosas que sus ojos vieron, pero sabía que la poesía busca su mejor materia en las «malas costumbres» (véase Veyne). La poesía, el arte en fin, trasciende los criterios de utilidad y nocividad, incluso los de comprensibilidad. Todo lenguaje muy inteligible es mentiroso”.

“...Gavilán, habría al menos jararucugús, urutús y las resonantes cascabeles, que cargan con el ignominioso nombre científico de crotalus terrificus. «Terrificus» para monos y mujeres. Los monos, lo sabemos todos, tienen tres pavores: miedo a caerse, miedo a la oscuridad y, principalmente, miedo a las serpientes. Ese miedo de los monos y de las mujeres podría ser una reminiscencia primera de nuestro cerebro reptiliano. Somos, hombres…”


 “El amor es siempre el resultado de las percepciones que tenemos uno de otro. El arte en general siempre exaltó la visión (forma y movimiento) y la audición (sonido, música) como elementos cognitivos del amor. El amor entre mis personajes, surge, al contrario, de las percepciones cinestésica, olfativa y térmica. La percepción viene a través de los sentidos, Kant, etc., no es preciso entrar en eso, lo que quiero decir es que el amor es una forma de percepción, y, en el caso de Los amantes, una forma también de trascendencia”.

“Kafka es bueno porque no escribía para ser leído. Pero, por otro lado, Shakespeare es bueno porque escribía pensando en el chelín que percibía por cada espectador (véase Panofsky). Del mismo modo que el teatro no se va a salvar sólo con el valor de escribir piezas que nadie quiera ir a ver, la literatura no va a salvarse tampoco sólo con el valor de escribir nuevos Finnegans Wake”.

“Leí una entrevista en la que Borges se enorgullecía de no haber escrito nunca una palabra difícil que obligase al lector a buscarla en el diccionario. Me parece que las palabras raras son sólo buenas para esos filósofos franceses que se ponen de moda y dejan de estarlo cíclicamente”.

“Spallanzani. Él fue quien hizo la primera inseminación artificial, en una perra. Fue él quien describió el aguzado sentido del murciélago, un animal que también me interesa mucho (véase mi libro La danza del murciélago). Spallanzani se anticipó a Pasteur en sus experiencias sobre la generación espontánea. Estudió la circulación de la sangre, la digestión gástrica, la respiración, aparte, evidentemente, de la regeneración de los apéndices de los anfibios”.

“La única Catalina grande fue en realidad santa Catalina de Siena, Catalina Benincasa, el único gran escritor analfabeto de la literatura universal, con sus textos dictados en el siglo XIV. Es la santa patrona de Italia, pero el aspecto que será explorado en mi libro será el mito de la incombustibilidad”.

“Me gustó mucho su Manon —le dije a Juliana—. Me emocionó el aria «Adieu, notre petite table», cantada por usted”
       
“En amplio aparador estaban las delicias mañaneras: quesos de varios tipos, incluso de cabra y oveja, plátanos (oro, plata y de agua), naranjas, mangos, ciruelas, mameyes, jabuticadas, miel, bollitos de maíz, pan de queso, tostadas, yogurts, etc. Llené dos platos de queso, bollos, panecillos y fruta, un tarro de mantequilla, una jarra de yogurt, miel, y fui a una de las mesas, con la boca hecha agua. 

“Nunca había visto una huerta en mi vida. ¡Qué cosa tan maravillosa son las lechugas, las coles, los repollos, las coliflores, las acelgas, las mostazas, los brócolis brotando del suelo como una alfombra abigarrada de un cuento de hadas! Un repollo rojo es más bonito que una rosa, más lujuriante y lujurioso (vicioso, libidinoso). Ver una huerta es mejor que quedarse sentado escribiendo. Escribir se convierte en un tripalium (véase Dic. Latino), un sufrimiento (de repente me imaginé sufriendo del síndrome de Virginia Woolf y temblé de miedo); lo peor es que para un escritor como yo, que precisaba dinero”.

“Escribir es cuestión de paciencia y resistencia, algo semejante a disputar un maratón en el que hay que correr, pero no se puede tener prisa. —Apenas había acabado de decirlo, sentí haberlo dicho: odio el deporte—. Y, hablando…”.

“El pollo a la salsa parda del almuerzo era una delicia, fragante, apetitoso. Tenía una coloración que tiraba al rubio oscuro, lo que quería decir que la sangre del pollo había sido usada de manera original”.
        
“No me gustaba siquiera la gran historia, con «H» mayúscula. Yo leía la historia de un hombre famoso con la mayor indiferencia, cuando no con desprecio. Pero era capaz de quedar pasmado ante la fotografía de un hombre anónimo, un hombre del pueblo en medio de la calle o encaramado al estribo de un viejo tranvía, imaginándome qué tipo de hombre habría sido. Jamás me interesó conocer a un hombre o a una mujer famosos. Pero me hubiera gustado conocer, por ejemplo, a aquella telefonista de ojos grandes y vestido ancho que aparecía en la fotografía de la inauguración de la primera”.
        
Noté el aroma del bacalao con patatas, pimientos y aceitunas, preparado por Rizoleta. En la historia de la humanidad, millones de personas han muerto y siguen muriendo de hambre, pero hay otros que murieron y siguen muriendo de tanto comer (tal vez sea yo uno de éstos). Para unos y para otros, hambrientos o sobrealimentados, comer es la actividad más importante que existe. ¡Comer, comer! ¡Qué bueno es comer! No soy de esos que comen el bacalao en grandes tajadas asadas. Eso es una rudeza gastronómica sólo comparable al steak tartar. La tajada asada mantiene la aspereza que el bacalao adquiere en la salazón, aunque haya sido colocado en salsa veinticuatro horas antes y acabe de ser regado copiosamente con fino aceite de oliva en el momento de ser servido, y luego empujado garganta abajo con unos tragos de un tinto ácido. Pero con patatas, cortadas en rodajas y dispuestas en capas alternativas con el bacalao en lonchas, la aspereza de la sal se sublima, y ambos, bacalao y patatas, se transforman en una tercera cosa, fuerte, pero al mismo tiempo delicada y jubilosa”.

“Tu mal —dijo Minolta— fue no querer ser negro y pobre. Eso es lo que te ha impedido ser un gran escritor. Equivocadamente, elegiste ser blanco y rico, y a partir del momento en que hiciste esa elección mataste lo mejor que había en ti». ¡Minolta dijo esto, mi Minolta! Había sido una recaída en la sobrevaloración de la pobreza. «¿Y Machado de Assis? Él tuvo derecho a ser blanco, ¿no?», dije. «Pero él era pobre», respondió Minolta”.

“Ningún hombre escribiría así. Sólo una mujer sería capaz de escribir así sobre otra mujer —dijo Suzy. (Luego descubrí que era un párrafo de una entrevista con M. Duras)—. Se lo he leído porque fue exactamente lo que sentí cuando vi… a María por primera vez. Entonces no entendí lo que sentía, pero fue como si yo me hubiera incendiado”.
        
“Me llaman maníaco sexual, pero ¿qué quieren que haga uno cuando se le empalma? El chisme ese fue hecho para meterlo en las mujeres, etc. Eso, hasta los indios lo saben. Me pasé muchos años de abstinencia, mido un metro noventa, peso más de cien kilos, creo que lo he dicho ya. Por otra parte, ¿qué charla era aquélla? Tergiversaba, sentía fiebre. Voy a contar un chiste: no hago gimnasia ni la he hecho nunca, soy extremadamente perezoso, la única gimnasia que hago es sujetar las andas del ataúd de los amigos que hacen gimnasia (véase Churchill)”.

Agenor debía de ser devoto de san Jorge. Debía de ser de la Escuela de Samba de Mangueira, a juzgar por el lugar de su residencia, que Guedes había visto en la ficha, e hincha del Flamengo. Quería hablar de estos temas con el detenido durante el viaje. Acertó en dos de sus suposiciones, las dos primeras. En cuanto a la tercera, no era del Flamengo sino rojinegro, del Vasco. —También yo soy del Vasco —dijo Guedes. Durante el trayecto, hablaron de fútbol y de Carnaval”.

“Iglesia que frecuentaba Guedes, el inspector, consideraba la confesión como uno de los elementos fundamentales del sacramento de la penitencia: el arrepentimiento del pecado, sin el que no hay salvación. La Ley —el Código penal al que él se sometía— consideraba circunstancia atenuante la confesión espontánea del crimen de autoría ignorada o imputada a otro. Guedes, como viejo policía y viejo católico, sabía no obstante que la confesión, la del delincuente o la del pecador, sólo tiene valor si va corroborada por otros elementos de convicción”.
  
“Aparte del Principio de Sencillez, creía en otro, el Principio de la Gratificación al Riesgo, de Hohenstaufens (el valor del premio es siempre proporcional al valor del riesgo, o sea, hablando en plata: quien quiera truchas que se moje el culo)”.
       
“Cogí de mi librería, al azar, algunos libros de escritores universalmente famosos, y leí las frases iniciales de cada uno: Como sabe cualquier colegial en esta era científica, hay una relación química muy estrecha entre el carbón y los diamantes. Nuestra cárcel se alzaba en el recinto de la fortaleza, al fondo, junto a los taludes. Aquel día no era posible salir de paseo. El portalón del patio de una venta en el pequeño pueblo dio paso franco a un pequeño carruaje de muelles, uno de esos coches que usan los solterones. Sentada al borde del camino, contemplando el coche que viene hacia ella, Lena piensa. Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Nunc et in hora mortis nostrae. Amen. Aquí estamos, solos de nuevo. Todo es tan lento, tan pesado, tan triste. Soy el médico de quien a veces se habla en esta novela con palabras poco lisonjeras. Así pues, príncipe, Génova y Lucca son ahora propiedad de la familia Bonaparte. Durante mucho tiempo solía acostarme temprano”.

“Era la tarde de mi octogésimo quinto aniversario, y estaba yo en la cama cuando Alí me informó de que había llegado el arzobispo para verme.[8] Curiosamente, juntas estas frases tienen incluso cierto sentido, lo que demuestra la teoría (si aún no existe, la estoy inventando ahora) de que, juntando palabras, sea cual sea la manera como se haga, siempre se logra cierto nexo (véase Burroughs)”.

“TODA novela sufre de una maldición, una principal, entre otras: la de terminar siempre de mala manera. Si esto fuera una novela no podría escapar de la regla y tendría también un remate fallido. (Toda novela termina mal —véase Forster— «porque la trama exige una conclusión: debería existir una convención para la novela que permitiera al novelista dejar de escribir cuando se sintiera confuso o aburrido, terminar el libro antes de que los personajes pierdan vigor, mientras el escritor intenta dar un final satisfactorio a la trama». Ya se dijo —véase James— que la única obligación de una novela es resultar interesante. Pero esto, repito, no es una novela. En consecuencia —véase Nava—, «a aguantar, estúpido. Y ahora escuche…”.

“Una novela, pues, puede empezar como le dé la gana al autor. ¿Puede interesar ab initio al lector un libro que empieza «Durante mucho tiempo solía acostarme temprano»? ¿Puede alguien querer saber lo que piensa un narrador que se va temprano a la cama? O: «Vamos a narrar la vida de Hans Castorp —no por él, a quien conocerá en breve el lector como un joven simple, aunque simpático, sino por amor a esta historia, que nos parece en alto grado digna de ser narrada—». Así empieza Mann La montaña mágica”.

“De todo lo que se escribe, aprecio sólo lo que alguien escribe con su propia sangre», dijo Nietzsche, para quien sangre y espíritu eran la misma cosa. Mis primeros libros fueron escritos con sangre. Oculto en una casa durante diez años, tenía que acabar surgiendo en mi espíritu la misma revuelta que arrebató al marqués de Sade”.

“Le pedí a Minolta que me trajera libros sobre cómo sería (¿o será?) el fin del mundo provocado por una guerra nuclear. Me gustaba imaginar la catástrofe, los quemados, que serían diezmados inmediatamente; los heridos, que agonizarían sin asistencia médica; los expuestos a la radiación, que perecerían poco a poco, y los que morirían de hambre y sed, y de frío y de locura, antes incluso de que la radiación hiciera efecto. Leí lo que escribieron los rusos Bayev, Bochkov, Moiseev, Sagdeyev, Aleksandrov y los norteamericanos Holdren, Sagan, Ehrlich, Roberts, Malone”.

“La especie humana quizá siga teniendo sus días contados, pero la locura no ronda ya mi puerta. No quiero seguir pensando morbosamente en hecatombes. Mientras llega el fin, y para evitar que llegue, el hombre tiene que amar”.

“por eso me han llamado mulato pernóstico. Pernóstico, como todos saben, es una corrupción de prognóstico, adjetivo que significa: «que indica algo». Sí, soy pernóstico, en el sentido de petulante, afectado, presuntuoso, y también prognóstico, pues estoy siempre indicando algo. Cuanto mejor es el escritor, más pernóstico, digo, prognóstico, es”.
  
“Dicen que Mozart era idiota —dijo Roma. —Todo genio es un idiota. —Newton no lo era. —¿Quiere eso decir que un idiota puede ser genio artístico pero no genio científico? —Einstein era un idiota. —Wagner era un idiota, Beethoven era un idiota, y además, sordo. —Flaubert era un idiota. —¿Quién no es idiota?”.
  
“Usa, pero no abusa. Uno sólo puede ser considerado un buen escritor cuando consigue: primero, escribir sin inspiración, y, segundo, escribir sólo con la imaginación”.
  
“aprendió una lección: la mayor alegría que el hombre puede tener… —Y los sapos… —Roma una vez más. —… es crear belleza”.
  
“salido usted del paso razonablemente bien. No lo escribió, pero lo ha contado. Vale la literatura oral, ¿no, Gustavo? —No. La apuesta era escribir. Historias, cualquier abuelita las cuenta. —¿Y Catalina Benincasa? —preguntó Orion”.
  
“violín era un Janzen, ya saben ustedes lo que eso significa. Todos seguramente habrán oído hablar del Stradivarius, considerado el mejor violín del mundo, y que nunca nadie consiguió imitar. Claro que muchos constructores intentaron copiar el patrón cremonense, que pasó por los Amati y Guarneri y fue establecido por Antonio Stradivari. Hubo otros famosos como Vuillaume, Fendt, Gilkes, Lupot, Pique, que fabricaron buenos instrumentos, pero sin alcanzar la soberbia calidad de los Stradivarius”.
  
“Gustav Janzen nació en Rusia, pero de niño vino al Brasil y se estableció en Santa Catarina. A los trece años construyó su primer violín, probablemente una cosa tosca. No lo sabemos. Trabajaba en ebanistería y, siendo aún muy joven”.
  
“Durante cincuenta años, Janzen estudió la construcción de los Stradivarius. Vivió durante un tiempo en Canadá, pero no se adaptó al clima frío, y volvió al Brasil y se estableció en Mato Grosso. Dicen que fue al Mato Grosso porque el clima le resultaba bueno para los pulmones, pero hay otra versión que dice que Janzen había descubierto que el suelo del Mato Grosso era el mejor del mundo para secar el barniz del violín; mejor incluso que el de Cremona. La cuestión es que fue en Mato Grosso donde al fin consiguió realizar esa hazaña que famosos constructores de instrumentos habían venido intentando a través de los siglos, sin lograrlo: construir un violín igual al Stradivarius”.
  
“Pues bien, dicen que Janzen descubrió la fórmula secreta del barniz. Janzen no habla del asunto. Lo cierto es que fabricó un violín que muchos consideran mejor que el Stradivarius. La primera vez que se usó un Janzen de esa calidad fue en un concierto en la sala Cecília Meireles, en 1983. El violinista Jerzy Milewski tuvo esa gloria. Milewski solía usar en sus conciertos un Camilo Camini, un violín construido en 1710, que vale una fortuna. Pero alguien le llevó un Janzen y Milewski abandonó el Camini para tocar con el Janzen”.
  
“Isaac Stern. Ahora, Menuhin, Ricci, los mayores violinistas del mundo, usan los Janzen”.
  
Un violín, precisémoslo, sólo alcanza su mejor potencialidad tras sesenta años de vida, y no sabemos, pues, si el Janzen es un nuevo Stradivarius. Pero, de todos modos, los grandes violinistas que han tenido ocasión de usar un Janzen ya no lo abandonan nunca. Dentro de sesenta años (eso le oí decir a Milewski, y creo que también Lehninger dijo lo mismo) su perfección y excelencia serán comprobadamente inigualables.
  
“En cuanto entramos en el bungalow, Minolta y yo nos desnudamos. Yo la agarré y la enganché contra mí, ajustándola a las caderas. Sus piernas largas y musculadas eran perfectas para esto. Ella cruzó los pies sobre mis riñones, y los labios cálidos y húmedos de su entrepierna se abrieron latiendo, deseando mi portentosa virilidad que iba a penetrarla hasta el fondo. ¡Ay! ¡Ay! La boca hecha agua. Íbamos por la sala en lo que se podría llamar fornicación peripatética”.
  
“¡Muchas han muerto hace más de mil años y de ellas queda sólo este brillo viajero por el espacio! ¿Quieres que gocemos juntos? ¡Cantad, sapos! ¡Ahora! ¡Carajo! ¡Cielos! ¡Estoy gozando, bóveda celeste, estoy gozando!”
     
“de Nijinski en París el 17 de mayo de 1909, exactamente el mismo repertorio, que consistía en Le pavillon d’Armide, de Tcherepnín, en un divertimento titulado “Festín”, y en El príncipe Igor, de Borodin. La coreografía era la misma que Fokin hizo para la presentación del ruso». —¿Y qué es un divertimento? —Bueno, ese «Festín», por lo que se ve aquí, es una especie de arreglo basado en la música de varios compositores rusos, Rimski-Kórsakov, Chaikovski, Glazunov, y en un pas classique hongrois”.
          
“«La coreografía de Fokin requiere que el bailarín realice, cuando entra en escena, o un poco después, un grand jeté en tournant». —Y eso, ¿qué es? —Creo que salta proyectando las piernas hacia delante y dando una vuelta completa en el aire, o una serie de vueltas”.
     
“Sílvio dejó de ser homosexual? —Roma no lo dice. ¿Pero qué tiene que ver eso con la felicidad? —¿Y puede volverse loco de nuevo? —Para volverse loco, basta estar sano. Cuanto más sano, mayor tendencia a la locura. —Elaboré ese raciocinio—. Las confesiones me molestan, ¿no lo sabías? Pero la dulce Minolta roncaba a mi lado. No era propiamente un ronquido, era el ruidito que los justos y las mujeres hacen en su sueño profundo. ¡Qué bueno es dormir!, pensé. Y me dormí”.
     
“virtuosismo técnico. Consigue hacer el entrechat dix o el entrechat royal que consiste en saltar y cruzar los pies en el aire diez veces antes de posarse en el suelo, algo que pocos bailarines han hecho en la historia del ballet. Quizá sólo Nijinski”. 

“Fueron copiados los decorados y figurines originales de Kerovin, Benois y Bakst, realizados para la presentación de Nijinski en París. Sólo una persona caprichosa como Berlinsko, dice Roma, podría llevar adelante un proyecto”.
     
“...que le llega la muerte… El dolor de Sófocles… Recordé: no quiero que me halle la muerte y acabe conmigo de la manera sucia, dolorosa y humillante que escogió para mí… La muerte es siempre sucia, me dijo el médico cuando fui a hablar con él; puede no ser dolorosa, puede incluso no ser humillante, pero siempre es sucia…». Valetudinis adversae impatientia…”.
        
“aquellas cartas, aparte de hablarle de nuestros poetas favoritos, como Baudelaire, Pessoa, Pound, Drummond, Auden y Bocage, le recordaba lo que habíamos hecho en la cama, acciones de una libido abrasiva, delirantemente lúbricas, cándidamente sórdidas, descritas con la mayor crudeza, relatos que dejarían a Bataille muerto de envidia”.
        
“Una verdad a medias es peor que cualquier mentira que se pueda inventar —(véase Blake),  dije—. ¿Y describen esas sevicias que sufrí?”.
        
“Lo único que nosotros, los hombres, podemos ofrecerle al mundo, es un carajo tieso. Vosotras en cambio, las mujeres, lo creasteis todo: el fuego, la rueda, la cerámica, la agricultura, la ciudad, el museo, la astronomía, la moda, la cocina, el placer, el arte (véase Mumford). La única cosa que los hombres tenemos, es este mango de escoba. Y yo, ni eso”.
        

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